A partir del 10 de diciembre, el nuevo Gobierno enfrentará una situación más que compleja. Y no sólo se trata del frente interno sino, también, del exterior. El rezago cambiario, que además de la industria para exportación tanto afectó al agro y a las economías regionales, no podrá sostenerse más tiempo por la tremenda escasez de dólares. Las reservas internacionales en dólares de libre disponibilidad, para esa fecha, apenas llegarán a u$s 10.000 millones. El problema se agrava por la precaria situación fiscal, plasmada en un déficit de aproximadamente cinco puntos del PBI. Éste es el postre de varios años -más precisamente, desde 2011- de políticas keynesianas fiscales y monetarias expansivas.
A su vez, la economía de China, como gran importador mundial de commodities y, por ende, formador de precios agrícolas a través de la demanda, continúa ralentizándose. Es cierto que sus autoridades hablan de un crecimiento anual en torno al 7% como consecuencia del cambio de modelo, ahora, de más consumo interno mediante instrumentos keynesianos. Sin embargo, las expectativas generales no coinciden con tal ratio, al sospechar que, finalmente, experimentará una tasa mucho menor.
El otro gran factor externo proviene de Brasil. El giro de los términos de intercambio lo llevó a un impresionante shock devaluatorio, en torno al 70% anual, con un fuerte aumento de la tasa de interés de referencia y ajuste fiscal. Así, la actividad y el consumo se contrajeron a niveles ya olvidados por la sociedad vecina.
Con tal cuadro, el nuevo Gobierno enfrentará una crisis cambiaria de magnitud -si es que no se presenta antes- que impondrá la necesidad de un importante flujo de inversiones mediante la negociación con los fondos buitre y el regreso a las normas internacionales.
Los dos candidatos hoy hablan de gradualismo. Es cierto. Pero, en realidad, no será fácil de aplicar. Todo lo contrario. Gane quien gane, lo más probable es que el shock supere al gradualismo. La historia económica avala tal presunción. Desde 1983, los gobiernos que pretendieron aplicar una política gradualista finalizaron en un shock. ¿Acaso no fue así con Alfonsín, Menem y De la Rúa? El mercado, a resultas de las expectativas de la sociedad, suele adelantarse y, finalmente, imponerse a los deseos de los políticos.
Obviamente, una devaluación eleva la rentabilidad del agro pampeano y de las economías regionales, y genera dólares frescos para el país. En definitiva, los granos retenidos, fundamentalmente los de la soja, pueden salir con facilidad a partir de diciembre próximo. Además, la propia urgencia en aumentar las exportaciones debería flexibilizar -si no eliminar, para el caso de Macri- las restricciones al comercio. La posibilidad no sólo es positiva para el maíz y el trigo, también lo es para la carne vacuna.
Los candidatos proponen eliminar los derechos de exportación, salvo los dirigidos al complejo sojero, a fin de elevar la competitividad externa. Pero como están las cosas, resulta difícil creer que se haga eso. Cuando se produce un shock devaluatorio, urge amortiguar las subas de precios de los alimentos y elevar los ingresos públicos para establecer programas de ayuda social que disminuyan la distribución regresiva de la torta. Y la experiencia dice que suele recurrirse a ellos para tal fin. Fácil de implementar (de hecho ya están), fácil de cobrar.
Como vemos, el agro debería apostar -aun con derechos de exportación- a una mejora en su cuadro económico general.