Ajustes en nutrición y densidad para elevar rindes en maíz

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En las últimas 10 campañas, la producción de maíz creció a razón de 3,7 millones de toneladas por año, básicamente como consecuencia del incremento de la superficie sembrada, mientras que el rendimiento medio se mantuvo invariable.

Desde el centro de la región pampeana, desde la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Universidad Nacional de Río Cuarto hemos determinado una brecha de rendimiento que oscila entre 10-13 toneladas por hectárea entre el rinde potencial (20 t/ha) y la media de la región (8 t/ha). Esta situación indica que existe un abanico de manejos a explorar para cerrar esa brecha. El ajuste de una correcta densidad de siembra y una adecuada oferta de nitrógeno (N), considerando su interdependencia, son dos decisiones de manejo de gran impacto en el rendimiento del cultivo.

Para comprender la asociación entre estos dos factores es necesario entender cómo se modifica la eficiencia agronómica del nitrógeno (EAN) y sus componentes: la eficiencia de recuperación (ERN), es decir cuántos kilos de nitrógeno son absorbidos por las plantas de cada kilo que fertilizamos, y la eficiencia fisiológica (EFN), la cual indica el aumento en el rendimiento por cada kg de N absorbido por la planta.

En las últimas 7 campañas hemos realizado numerosos ensayos evaluando la interacción de nitrógeno y densidad de siembra en franjas atravesando ambientes. En nuestras estimaciones se determinó que el maíz requirió absorber alrededor de 20 kg de N por cada tonelada de grano producida y que la concentración de N en grano se incrementó con la fertilización nitrogenada. La EAN osciló entre 15 y 20 kg/grano por kg de N y la misma se relacionó estrechamente con la eficiencia de recuperación del nutriente.

Referencias internacionales indican que se recupera alrededor del 35% del N aplicado como fertilizante. En el Sur de Córdoba, la ERN varió entre el 15 y el 65%, con un valor medio del 45%, y se maximizó a la densidad óptima de siembra, incrementando la producción para una misma cantidad de insumos.

En estudios previos se halló que a la densidad óptima de siembra, la producción por planta se mantendría aproximadamente constante y con ello se podría ajustar la población de plantas recomendada para un ambiente dado. Por ese motivo, si la próxima campaña se presenta con lluvias abundantes, debería planificarse una mayor densidad de siembra y en función del potencial productivo de cada lote.

Se pudo establecer que a la densidad óptima, el requerimiento de nitrógeno por planta (NPP) oscila entre 1,5 y 4,5 gramos de N por planta, considerando el aporte del N del suelo como nitratos en V6 y el agregado como fertilizantes. Es importante aclarar que esta variabilidad depende de la genética, del tipo de suelo, de las condiciones climáticas, del nivel de rinde objetivo y del cultivo antecesor, entre otros. Por ello, es importante un adecuado análisis profesional por parte de un ingeniero agrónomo que pueda ajustar este valor en cada situación.

Entonces, para maximizar el rinde se debe optimizar la densidad de siembra a la oferta hídrica y luego ajustar la fertilización nitrogenada a la densidad de siembra seleccionada, considerando la oferta de N del suelo en V6. Es importante también ajustar las dosis de fertilizantes, sincronizar los momentos de aplicación a las demandas de los cultivos y colocar los nutrientes en el espacio físico apropiado para que las plantas los absorban eficientemente.

En este contexto, el ajuste de la fertilización nitrogenada también debe balancearse con los otros nutrientes deficitarios de la región pampeana como ser: fósforo, azufre, zinc, boro, calcio y magnesio, principalmente dado que cualquier deficiencia de éstos provoca fuertes disminuciones en la eficiencia de uso del N. El manejo eficiente del nitrógeno incrementa el rendimiento, la rentabilidad del cultivo a la vez de minimizar el impacto ambiental de la fertilización.

Artículo elaborado por Gabriel Espósito en conjunto con C. Cerliani; R. Naville; G. Balboay M. Fissore