Los científicos santafesinos son referencia para la generación de tecnología de punta en materia de agricultura. Desde el centro del Conicet ubicado en la capital provincial ya lograron identificar un gen que tiene un mecanismo de acción que permite engañar al metabolismo de las plantas y lograr que mantengan su proceso de fotosíntesis y crezcan, aún en un contexto de escasez de lluvias.
Con el apoyo de la biotecnológica Bioceres, que esta semana comenzó a cotizar en el Nasdaq, lograron producir una semilla resistente a la sequía. Pero la última novedad es que se avanzó en el desarrollo de una planta de maíz resistente a las inundaciones. Si bien todavía faltan algunos años de testeos para consolidar el proyecto, hay grandes posibilidades de que la innovación tenga éxito, según avizora la investigadora Raquel Chan, quien lidera el equipo que lleva adelante el estudio.
“Ya desarrollamos híbridos de maíz. Falta el escalado comercial, pero estamos muy avanzados. Tenemos pruebas hechas a campo durante cuatro años, pero se hicieron en el campo experimental del Instituto, con lo cual para hacer realmente el escalado hay que probar en muchas regiones inundables del país”, contó Chan a Agroclave.
“Estimamos que en unos cinco años podríamos tener todo probado. Si el proceso constara de cinco etapas, hoy estaríamos entre la tercera o cuarta instancia”, dijo.
De tener éxito, se trataría de un hecho disruptivo. Lograr obtener un maíz que resista inundaciones justamente en zonas donde este tipo de inclemencias climáticas se suscitan, sería un hito histórico.
Raquel Chan, quien encabeza el equipo de trabajo en el laboratorio santafesino, ya es toda una eminencia en el ámbito de las ciencias. La profesional estudió en la escuela superior de comercio Carlos Pellegrini. Luego, se formó como Bioquímica en Israel, en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Obtuvo un doctorado en la Universidad Nacional de Rosario y realizó su posdoctorado en el Instituto de Biología Molecular de las Plantas de la Universidad Louis Pasteur, en Estrasburgo, Francia.
Chan, quien se desempeña actualmente como investigadora superior del Conicet, trabaja como docente en la Universidad Nacional del Litoral (UNL) y es directora del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral (IAL). Además, fue premiada por su trayectoria, sus logros académicos y por realizar parte de su formación científico-académica en Argentina. Además, logró el mote de ser reconocida entre los diez científicos más destacados de América latina, como la nombró la BBC.
Actualmente, este desarrollo se lleva adelante desde el sector público. “Sabemos que Bioceres también está interesada en invertir en esta tecnología”, señaló. Este tipo de apuestas “suelen darse en países como Estados Unidos y China, pero en Argentina no se invierte mucho en riesgo, porque hay que aclarar que esta investigación todavía tiene riesgo, pese a que las chances de éxito son altas”, admitió Chan.
Sin embargo, la mala noticia viene por el lado del financiamiento, ya que, desde lo público, se alcanzó “el máximo posible” porque “superamos nuestra capacidad para gerenciar el proyecto”. Por lo tanto, Chan espera que llegue una inversión privada para poder avanzar. “Vemos un posible acuerdo con Bioceres porque hay interés, pero aún está en tratativas”, adelantó.
Trigo: una semilla disruptiva
La semilla de trigo resistente a la sequía ese el gran logro que partió del esfuerzo de un equipo de trabajo liderado por Chan y se pudo llevar a cabo gracias a una alianza con la empresa Bioceres. El gen protagonista es el “Hahb-4”, que resiste frente al estrés hídrico, provocando que la planta cierre sus poros y entre en una suerte de latencia, lo que lleva a que demande menos agua para vivir.
¿Qué ventajas ofrece la innovación? Si se siembra, por ejemplo, el trigo Hahb-4 genéticamente modificado en regiones donde el agua escasea, en promedio, eleva el rinde en un 30% o más. Inclusive, en las pruebas hubo zonas donde el rinde duplicó la cosecha obtenida con trigo común.
El valor diferencial de estas plantas reside en la característica de producir más granos cuando la temporada es seca y no presentar penalidades comparadas con sus controles, en caso de no haber sequía.
Este desarrollo sin precedentes en la ciencia agropecuaria se culminó y presentó en 2012. Chan contó que se eligió el girasol como planta para empezar a investigar, porque es “muy adaptable al medioambiente” y tiene “mucha importancia económica” para Argentina. De esta manera, alcanzaron el éxito en la creación de soja y trigo HB4.
En el caso del trigo, mediante la transformación genética de la planta, pudieron estabilizar los rendimientos en áreas que experimentan problemas recurrentes de sequías, “al mejorar hasta en un 20% los resultados, con respecto a las variedades de cultivos tradicionales”, contó Chan.
La oleaginosa ya cuenta con la aprobación comercial en Argentina y otros grandes países productores, y espera que China -principal comprador- pueda aprobar su importación. “Este país hace todos los ensayos de nuevo de forma independiente y desde 2015 estamos esperando que terminen con sus pruebas. Tenemos información de que hay buenos resultados y este año podría haber novedades”, afirmó.
Mientras tanto el cereal recibió de parte del gobierno nacional la última de las tres autorizaciones regulatorias que prevé el sistema biotecnológico. Ahora, su comercialización durante la próxima campaña fina depende del visto bueno de Brasil, principal comprador del trigo argentino.
Si se logra aprobar en el país vecino –algo que confía toda la elite científica-, Argentina será el primer país en contar oficialmente con un trigo genéticamente modificado. Será sin dudas un hecho disruptivo que generará una enorme oportunidad para el país, dado que es el cultivo con mayor superficie cultivada en el mundo y el déficit hídrico suele ser una gran limitante.
El backstage de la innovación
No solo hace falta capacidad técnica y humana para alcanzar este tipo de innovaciones. Ni siquiera son suficientes los recursos económicos. Es importante, también, contar con un factor ambiental que posibilite experimentar. Pero, principalmente, apoyarse en un acuerdo público-privado es clave para que las innovaciones tengan más chances de alcanzar el éxito.
Con más de cien personas que vienen trabajando en este proyecto y que “nos posiciona como generadores de tecnología de punta en el mundo”, hay una particularidad que “vale la pena” destacar y subrayar, y es que “somos un instituto público, financiado con recursos nacionales que se alió con Bioceres, que es una empresa argentina”, enfatizó Chan.
A diferencia de otros países, “nosotros sí damos a conocer nuestros resultados”. Tanto las investigaciones sobre el trigo como las de soja “están publicadas en revistas internacionales, especializadas, con referato, verificado por pares”, afirmó.
“Esto pasa en la provincia de Santa Fe, porque es una región productora de cultivos. No es casual que Bioceres esté situada aquí y no en Santa Cruz, por ejemplo. La economía de la provincia tiene mucha base en la producción agropecuaria”, reveló la investigadora.
Por otra parte, “también hay que decir que el gobierno santafesino no fue el gran protagonista en materia de aportes, porque el apoyo que tuvimos fue a nivel nacional y los fondos con los que contamos provienen de proyectos que concursamos, mientras que Bioceres se financia de sus accionistas”.
Es que la provincia “no cuenta con instrumentos adecuados” para promover avances en la Ciencia como estos. “Nosotros tenemos sueldos de Conicet, trabajamos en infraestructuras nacionales y somos docentes de las Universidades nacionales; creo que más allá de todas estas conjeturas, esto se da así porque tuvimos éxito”.
Sin embargo, Chan contó que están con un proyecto en conjunto con otras instituciones y el gobierno santafesino para desarrollar un arroz tolerante a salinidad a partir de la técnica de edición génica, que es un poco mejor aceptada que la tecnología de transgénesis directa. “No es fácil pero tenemos resultados muy alentadores», adelantó.
Hay otro factor que fue muy importante: la posibilidad de desarrollar en acueros públicos privados, que permiten potenciar los recursos humanos que posee el Estado y avanzar de manera dinámica en la gestión para obtener instrumentos y herramientas gracias al privado.
“Este tipo de acuerdo ha crecido mucho, admitió Chan. En emergencia Covid, por ejemplo, “se está dando mucho esta suerte de convenios colaborativos para fabricar barbijos del Conicet al igual que los kits. Son ejemplos de que se puede”, se esperanzó la científica.
La gestión empresarial es “fundamental” para romper con las limitaciones estatales, porque para todo “hay que pedir varios precios, licitar, es decir hay muchos trámites burócratas” que van enlenteciendo los desarrollos, además de que en Conicet “contamos con fondos muy limitados” también.
Las empresas ven muchos beneficios en este tipo de acuerdos, porque el país tiene muchos recursos humanos en infinidad de áreas. Entonces, “la gente que viene trabajando y aprendiendo es la que está capacitada para generar innovaciones, mientras que las compañías, por su parte, tienen que invertir fortunas para poder intentarlo”. Pero, también, “hay que decir que hay viveza” por parte de algunas empresas que “se aprovechan” del capital humano que hay en el sistema público.
En rigor, este desarrollo innovador aplicado al cultivo, es pionero en su tipo a nivel mundial y ofrece a los productores una solución a los problemas causados por la sequía. En vistas de que es difícil predecir las condiciones climáticas, es una tecnología de mucha utilidad ya que disminuye significativamente las pérdidas por sequía, sin generar desventajas nutricionales o ambientales. La espera de la respuesta por parte de China y Brasil impacienta, pero reconforta el avance científico inédito en la materia. (fuente AgroClave, diario La Capital)