Haciendo honor a su título nobiliario, la reina es la base de la apicultura. De su genética, junto al ambiente, y las condiciones sanitarias y nutricionales, dependerá casi todo. Mejores reinas es sinónimo de más producción. En ese camino, el mejoramiento genético apícola cobra cada vez más relevancia en Argentina.
“La clave no pasa por aumentar el número de colmenas, sino por mejorar el manejo y contar con mejores colmenas”, afirma Antonio Fabbro, un cabañero de reinas santafesinas con base en Malabrigo, inscripto con el Nº 0001. Su colega entrerriano, Leonardo Litvinoff, con cabaña apícola en San Salvador, agrega: “No todo es miel en la apicultura», es importante que se conozca una actividad que tiene a la ciencia en su ADN.
En cuestiones de mejoramiento genético, se buscan cuatro características: alta prolificidad (la capacidad de postura de las reinas), comportamiento higiénico (abejas tolerantes a enfermedades de la cría, evitando el uso de antibióticos), mansedumbre (tratables aún en regiones subtropicales) y productividad.
Desde las localidades santafesinas de Rafaela y Malabrigo, y también desde San Salvador, Entre Ríos, se comparten tres historias de cabañas apícolas que apuestan por mejorar la genética de las abejas. Se trata de experiencias que se entrelazan y de actores que intercambian conocimientos y materiales en pos de mejorar la actividad apícola.
Ciencia y apicultura
Leonardo Litvinoff es director técnico de la cabaña apícola “Reinas del Litoral”, que se ubica en la localidad entrerriana de San Salvador, a 60 km de Concordia. Desde 2007 están abocados exclusivamente a la mejora genética y fue la primera cabaña habilitada como tal por Senasa en Entre Ríos. “La apicultura no es sólo la miel, sino que tiene muchos subproductos interesantes, como nuestro caso”, dice Litvinoff y agrega que “sólo el 1% de los productores se dedica a la cría y comercialización de material vivo”.
Luego de años de selección y multiplicación, desde la cabaña entregan material a productores apícolas de distintas provincias y apuestan fuertemente a “relacionar la ciencia con lo que hacemos”.
“Queremos que el productor apícola conozca los beneficios de invertir en genética y que redunda en un mejoramiento sustancial en su plantel: baja la agresividad, la enjambrazón de la colmena, la mortandad invernal, reduce las enfermedades de la cría y aumenta la producción de miel”, explica Litvinoff.
Según cuenta, se trabaja mucho en la adaptación de las abejas a otros climas y regiones, que es algo “muy difícil de lograr debido a que nuestro país es extenso y tiene diferentes climas, suelos y floraciones”, describe Litvinoff. “Nuestro producto es híbrido, lo que significa que tiene mucha variabilidad genética. La línea con la que trabajamos está compuesta por varias subespecies, en su mayoría de origen europeo: Apis mellifera ligustica (Italiana), Apis mellifera carnica, caucásica y, en menor grado dos: apis mellifera intermissa: una abeja especializada muy adaptada a climas extremos, con gran capacidad para defenderse, y apis mellifera scutellata, originaria de Africa”, enumera.
En 2019, técnicos del Conicet hallaron dentro del parque de fecundación un Area natural de Congregación de Zánganos (ACZ), “claves para la supervivencia de las abejas, ya que permiten la reunión de zánganos de diferentes colmenas y de reinas de la zona que se aparean generando la variabilidad genética necesaria en los apiarios para hacer frente a los cambios ambientales”, describe el informe científico, que le valió la certificación a la cabaña.
“Se necesita una feromona sintética de atracción para los zánganos que pende de un dron. Hay que caminar por lugares inhóspitos, donde tenemos el parque de fecundación de la reina: el lugar donde los zánganos (entre 15 y 30) fecundan a una reina en vuelo”, resalta Litvinoff.
Sobre el proceso de fecundación, el cabañero explica: “A través del olfato el zángano sigue a la reina virgen y la fecunda en vuelo. Luego de ese momento, se le extirpan sus órganos sexuales y cae muerto al suelo. La reina realiza uno o varios vuelos de fecundación hasta que completa unos órganos que tiene en su abdomen, la espermateca, donde envía todo el esperma de los zánganos que la fecundaron. Regresa y no sale de la colmena. Allí, genera una población siendo ella la única madre. En una misma colmena se pueden observar diferentes fenotipos de coloración de abejas porque los zánganos que fecundaron son de diferentes fenotipos. Esto le brinda a la reina variabilidad genética”.
La cabaña fue incorporada también a un trabajo de la Universidad de Mar del Plata en un estudio para evaluar abejas tolerantes a la nosemosis, una enfermedad que afecta el tracto digestivo de los adultos de la colmena.
“Todo pasa por el manejo”
La Cabaña Apícola “El Jardín” de Malabrigo es una empresa familiar. “El trabajo de campo lo hacemos con mi hijo Rodrigo y mi señora se encarga de toda la administración”, cuenta Antonio Fabbro. En esta localidad del norte santafesino, se lleva adelante desde hace 30 años la Expo Miel. Antonio compartió hasta hace poco la pasión de las abejas con la educación. Fue uno de los pioneros de la Escuela Agrotécnica Nº 478. Se jubiló en enero, después de 32 años. Trabajaba 8 horas y después se dedicaba a full a las reinas. Era responsable de la materia Apicultura.
Respecto a la cabaña, comenta: “Cuando salió el Registro de Apiarios de Crianza del Senasa, que sirve para exportar material vivo, fue la primera cabaña en Santa Fe: la 0001”. Según datos oficiales, en la provincia hay cuatro cabañas apícolas certificadas y 20 multiplicadores de reinas.
Empezaron con la crianza de reinas en 1994. “Como todos los que nos iniciamos en apicultura, empezamos cazando enjambres de la naturaleza. Eso ya no existe. La abeja era terriblemente agresiva. Cada uno tenía una colmena detrás de la casa. Me gustaban las abejas pero tampoco era para sufrir tanto y había dos caminos: abandonar la apicultura o trabajar la genética”. Y eligieron la segunda opción.
“Con algunos amigos comenzamos a capacitarnos. Despacito, dimos los primeros pasos. No había tutoriales de YouTube”, recuerda entre risas. Comenzaron llevando abejas de Mendoza que no estaban africanizadas. “Teníamos cada vez más pedidos, empezamos a ir a las exposiciones, nos preguntaban sobre la genética que teníamos y respondía que no sabía, que mezclaba e iba viendo que salía (risas). Empezamos a incursionar con Proapi del Inta, hicimos auditorías y con el tiempo certificamos el material. Desde 2005 estamos con el Plan de mejoramiento genético, a través del INTA Balcarce. Las recibimos y reproducimos bajo protocolo”, cuenta. Hace unos años, le tocó dar un curso sobre el tema en El Salvador para productores de Centroamérica. “Nunca en mi vida me lo imaginé: cuando empecé no sabía de dónde aprender y hoy me convocan de otro país para enseñar y contar mi experiencia”, reflexiona.
Las reinas de inseminación las reciben en enero y las invernan. Allí eligen las 3 ó 4 mejores que pasan el invierno, controlan la alimentación, cómo pasaron la temporada y esas abejas son las que reproducen.
Anualmente venden 9.000 celdas (una cápsula con la reina un día y medio antes de nacer) y 4.000 reinas ya fecundadas.
La distribución de las celdas es un tema. “Deben viajar en poco tiempo. Hay riesgos con la temperatura, no debe enfriarse. Los criadores en su mayoría la mandan con un puñado de abejas para que mantengan la temperatura”.
Fabbro remarca: “El recambio de reinas es fundamental. El tema no es aumentar el número de colmenas, sino mejorar el manejo. Tener mejores colmenas. Es lo que hay que demostrar a la mayoría de los apicultores que no lo hacen”.
La inseminación se usa para hacer mejoramiento genético, “no sirve para la producción”, cuenta el cabañero. “No puedo inseminar 4000 reinas por año y nunca será como la fecundación natural. Sirve para establecer qué reina cruzó con qué zángano”, concluyó.
En relación al comercio exterior, Argentina exporta apenas entre 2.000 y 3.000 abejas reinas: “Hay que buscar mercados. A mí no me entusiasma mucho. Europa te exige certificar que no existen genes de abeja africanizadas en nuestra colmena. En nuestra zona es difícil. Hay gente que no cambia de reina, hay muchas colmenas silvestres en los árboles porque tenemos montes”, dice el productor de Malabrigo.
Respecto a los mercados de la región, dice: “Paraguay no quiere abrir el mercado. Argumentan que quieren defender su ecotipo: un río de 50 metros de ancho no separa ecotipos. Con Uruguay tenemos el mercado abierto. Pero hay que ajustar muchas cosas”. Un caso interesante es Perú, donde “desarrollaron miles de hectáreas de palta” y necesitan “muchas colmenas polinizadoras, y que sean mansas porque están trabajando a la par en distintas labores”. Antonio no cierra totalmente la puerta: “Cuando no vaya tanto al campo y tenga tiempo de ponerme con los trámites, quizás lo haremos”.
Hoy están trabajando con doble reina en las colmenas. “Se hace un desarrollo muy explosivo porque las reinas compiten entre ellas. No se tocan, las abejas tampoco. Lo importante es que llegás con una gran cantidad de abejas temprano”, explica. En relación a esto, entre los apicultores hay una regla denominada de Farrar (por el entomólogo y apicultor estadounidense Clarence Farra), que plantea que cuanto más aumenta la población, mayor será la producción. La capacidad de producción de miel es igual al cuadrado del peso de la población. Una colmena tiene 40 mil obreras (4 kg) y producirá 16 kg de miel (4 al cuadrado). Y Fabbro cerró: “Todo lo que te conté implica manejo, inversión, tiempo en trabajo y en años. No es que cambio la reina este año y se terminó el problema. El recambio de reinas es un proceso”.
Multiplicando lo mejor
Cristian Vaudagna se recibió en 1995 de Técnico Mecánico, en la Escuela Técnica Nº 460 “Guillemo Lehmann” de Rafaela. Comenzó trabajando en una metalúrgica. En 2003 tuvo la oportunidad de viajar a Italia para realizar una temporada apícola. “Renuncié a la empresa y desde allí me dediqué a las abejas tiempo completo. En Italia pude conocer el funcionamiento de un sistema mixto: cabaña y producción de miel, en una empresa con una estructura grande”, cuenta.
Su padre y su hermano también comenzaron con las abejas, siempre apostando a la capacitación, y en 2001 comenzaron a trabajar en el proyecto. Veían que no existían las cabañas apícolas: “El motor nuestro es la mejora continua de la genética que trabajamos. Ahora trabajamos con una que está muy bien afianzada en nuestra zona”. Y aclara: “Según el ambiente donde la abeja trabaje, tendrá diferentes requerimientos. Vamos multiplicando lo mejor que funciona acá en la zona. Hemos llegado a una abeja, cuyo material genético nos lo compran otros criadores y multiplicadores para sus colmenas. Nos sube la vara en tratar de tener lo mejor de material vivo”.
En la empresa trabajan con la apia mellifera ligustica, como se conoce a la abeja italiana. “Se fue adaptando a Argentina y se fue cruzando con diferentes variedades de abeja. Es muy mansa, tiene un lindo color, buen tamaño y una buena producción de miel”, resume el rafaelino.
Hoy abastecen reina, celdas, núcleos y colmenas. “La idea siempre es mejorar genéticamente la abeja que manejamos. Tuvimos la oportunidad de inseminar artificialmente a nuestras propias madres. Hoy no lo hacemos. Cuando se obtiene una reina inseminada es muy buena en característica y producción . Es complejo llegar a obtenerla. El porcentaje de éxito es bastante reducido. Se hace inviable para una producción comercial. Pero para obtener madres es un recurso muy bueno y utilizado”, cuenta.
Entre los requerimientos, el productor cuenta que les piden un poco más de mansedumbre “porque el lugar para ubicar las colmenas están cada vez más cerca de las personas que trabajan: tambo, animales que pastorean. Una abeja mansa es más fácil de trabajar”.
En la empresa trabajan la familia y dos personas que ayudan en las labores. Tienen un asesor técnico externo. Se ubica en un predio parquizado de 3 hectáreas, ubicado sobre la RN 34, a 2 km al sur del acceso a Susana. La fecundación la realizan allí mismo y en tres apiarios más a campo. “De allí sacás una reina fecundada que entregás al productor, una vez que pasa todas las pruebas de calidad”, explica.
Venden 10 mil celdas y 2000 reinas fecundadas por año. “Además de la producción de miel que trabajamos en 1500 colmenas”, agrega Vaudagna. La mayoría de los núcleos son adquiridos por productores de la región (a 100 km a la redonda), pero llegaron a El Impenetrable y hasta la provincia de Buenos Aires.
La varroa y la genética
La Varroosis continúa siendo la enfermedad de las abejas de mayor impacto y dispersión mundial. El daño causado es crucial: en 2018, la pérdida anual fue de un 34% en Argentina.
“Se está trabajando en la tolerancia, con una abeja que, con hasta 3% de varroa, no se necesite curarla y no afecte la producción’’, explica Fabbro desde Malabrigo.
Cristian Vaudagna apunta: “No hay resultados que se puedan mostrar. El tema sanitario lo vas evaluando. Las líneas que se vieron en tolerancia a varroa tenían características indeseadas como agresividad, lo que significa que todavía no estaban listas para salir al mercado
¿Superabeja?
“Las abejas seguirán siendo abejas. Las podemos mejorar un poco más. Pero el secreto de una buena reina está en el ambiente en el que la criamos. Es decir, que esa reina esté bien nutrida desde el primer día”, evalúa Fabbro y agrega: “Una buena reina sale siempre de una larva bien nutrida”.
“En Santa Fe tenés todos los climas. Una abeja que funcione en toda la provincia, sería muy bueno. Porque significa que andaría bien en todo el país. Tenemos monte, isla, pradera… la idea es tener la mejor abeja, no sé si la superabeja”, completó Vaudagna.
Algunos datos
• En 2020 la producción total de miel alcanzó las 81.581 toneladas.
• Argentina se ubica entre los tres principales productores a nivel mundial. Es el segundo exportador de miel con un volumen promedio superior a las 75.000 toneladas anuales.
• Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos (en ese orden) ocupan el podio de producción.
• Más del 90% de la miel producida se va al mercado externo.
• Se exportan entre 2.000 y 3.000 abejas reinas al exterior.
Fuente AgroClave, diario La Capital