Hace rato que en el sector agrícola está encendida la señal de alerta por la escasa presencia del trigo en las rotaciones, y en las últimas campañas hubo cierta recuperación del área del cereal, pero la situación sigue muy lejos de estar equilibrada y parece ser necesario insistir en la difusión de los múltiples efectos negativos de esta ausencia.
Esta semana en el Congreso de AAPRESID, Miguel Ángel Taboada, director del Instituto de Suelos del INTA, fue contundente al respecto.
«¿Qué tipo de suelos tenemos?», se preguntó el especialista.
«Desde la escuela primaria nos dijeron que estábamos bendecidos por los suelos que teníamos, y nos pensamos que podíamos hacer cualquier cosa. Ahora vemos el efecto que tiene la salida de los cultivos de invierno», afirmó, para luego realizar un análisis de la composición de los suelos argentinos.
«Los suelos se componen de materia orgánica y partículas minerales (arenas, arcillas, limo). Los suelos que tienen una composición equilibrada son los suelos francos, que es lo que entendemos por fertilidad. En muchas zonas desde el norte de Buenos Aires hacia el NOA y NEA hay suelos con menos del 15 por ciento de arena, entonces nos falta la loza del piso. Nuestros suelos, desde el punto de vista físico tienen características que los hacen propensos a tener problemas. Tienen poca arena o arena muy fina que hace que al edificio le falte la loza, los poros», explicó Taboada.
Según el referente del INTA, los grandes responsables de generar esos poros en un molisol pampeano son las plantas. La perforación de las raíces de gramíneas, del trigo, genera los canales biológicos que luego se transforman en poros que permiten los mecanismos de aireación y drenaje de los suelos.
«No quiero caerle a la soja porque con el monocultivo de algodón o incluso de maíz sería lo mismo», advirtió Taboada, y detalló que el trigo genera el efecto rizosférico en los suelos. Es decir que aparece macrofauna (lombrices) y micorrizas, una red de raíces que genera mayor estabilidad estructural.
«La mayoría de nuestros suelos carecen de la estructura natural que es la arena y las raíces son las encargadas de cumplir ese rol. Si se las sacamos vamos a generar suelos compactos. Las estructuras laminares y los poros planares de los suelos mal manejados generan baja captación de agua de lluvia», dijo.
En síntesis, las primeras consecuencias de no hacer cultivos de invierno son: la generación de una mala calidad de estructura de suelo, deficiente aireación y drenaje y, por ende, pérdida de nitrógeno.
¿Cómo influye esta mala calidad de estructura en los rindes? Según el técnico, en trigo y maíz la brecha en secano es del 41 por ciento, y en soja del 32 por ciento. Además se da una mayor variabilidad de los rindes, especialmente en años secos.
Esta brecha dio pie para que Taboada mencione algunas llaves de la eficiencia del uso del agua. «Es importante que gran parte del agua pase al suelo y no se escurra, y que el agua se efectivamente absorbida por las raíces. Una gran cantidad del agua y nutrientes acumulados no llegan a las raíces por la compactación del suelo», aseguró, y añadió que los monocultivos dejan una gran cantidad de agua ociosa. En diez años de monocultivos de soja, según el especialista se dejan de consumir 5.000 milímetros de agua, que luego se reflejan en la visible recarga de acuíferos y napas freáticas y en la consecuente salinización de suelos.
Para finalizar, Taboada aseguró que además de volver a incluir al trigo en las rotaciones, la forma de secuestrar carbono es hacer pasturas, y le puso sus fichas a la vuelta de la ganadería a los esquemas productivos. «Los números de la ganadería vuelven a ser interesantes. Es posible hacer una ganadería sustentable sin compactar los suelos manejando las cargas y rotando con pasturas. Se diversifica producciones, hay más gente en los campos, usamos menos glifosato y tenemos un sistema mucho más sustentable que la producción de soja», concluyó.
Fuente: Clarin Rural