La densidad es una variable a tener en cuenta

0

En el cultivo de soja muchas veces se deja de lado este factor que sin embargo puede significar ahorro en semillas, maximización de rindes y, en consecuencia, mejores resultados económicos.

La gran plasticidad y capacidad de ramificación que posee la planta de soja muchas veces determina que el tema de la densidad no sea un punto crucial o trascendente para tener en cuenta a la hora de planificar la siembra. Sin embargo, una mirada atenta y un manejo apropiado sobre esta cuestión podrían traducirse en rendimientos más altos y eficientes para el cultivo.

La densidad de la soja es de tipo asintótica, lo que significa que los rendimientos pueden mantenerse y no decrecer con elevados rangos de densidad, como sí pasaría en el caso del cultivo de maíz. Sin embargo, esta característica, que en un primer vistazo parece ser beneficiosa, también puede jugar en contra.

Es que algunos productores se contentan con estar por arriba de la densidad mínima (lo que les garantiza maximizar su rendimiento) o se cubren con más plantas por metro cuadrado de lo que dictamina la evaluación técnica del lote. De esta manera, algunas veces se siembra con densidades inapropiadamente altas o se desperdician semillas, teniendo como consecuencia última un perjuicio económico.

«Los rangos de densidad que prevalecen en el cultivo de soja operan entre 10 a 30/35 plantas por metro cuadrado», apunta Roberto Benech, profesor titular de la cátedra de cultivos industriales en la materia producción de granos de la Facultad de Agronomía de la UBA. «Si un lote en vez de tener 95% de poder germinativo requerido tiene 80, para lograr la misma cantidad de plantas se debe usar una mayor cantidad de semillas», agrega el especialista, para quien los reaseguros que toma el productor son generalmente muy subjetivos y deberían depender más de una evaluación técnica y objetiva de los lotes.

La recomendación principal del investigador es que la soja debe haber alcanzado el 95% de radiación al momento de atravesar la etapa fenológica R3. «De no ser así, hay que prepararse para perder rendimiento porque no se ha maximizado la tasa de crecimiento durante el período crítico», sentencia. Y alcanzar éste porcentaje va a depender de dos variables íntimamente ligadas con la densidad: el grupo de madurez seleccionado y la fecha de siembra.

«Se supone que en siembras tempranas, donde se alargan lo suficiente las etapas, vos vas a llegar a R3 con unidades críticas aún cuando hayas sembrado en densidades bajas, por ejemplo de 20, 15 o incluso menos plantas por metro cuadrado», señala Benech. En tanto, las mayores temperaturas de enero respecto a octubre y noviembre aceleran las etapas de desarollo de la planta, lo que puede determinar que se alcance el R3 sin que el cultivo haya llegado a su IAF crítico (Índice de Acción Florial). «Esto puede obligar a tener que compensar aumentando la densidad, y en vez de usar las 15 o 20 plantas, la cifra se acerque más a unas 30 plantas por metro cuadrado», agrega.

Con respecto a los ciclos de madurez, el ingeniero agrónomo aclara que si se opta por una semilla de mayor ciclo o grupo de madurez, es probable que no se deba aumentar la densidad y se termine utilizando la misma cantidad de semillas que en una fecha de siembra temprana y con ciclos más cortos. En tanto, en una fecha de siembra tardía, el uso de un grupo de madurez corto provocará poca cantidad de nudos por metro cuadrado, que sólo podrá ser compensado si se siembra un mayor número de plantas. Por eso, la mejor opción en estos casos para Benech es cambiar el grupo de madurez por uno que «alargue la etapa vegetativa y permita tener un mayor número de nudos por metro cuadrado, sin necesidad de compensar por densidad».

Por último, el otro aspecto a considerar en torno a la densidad es la distancia entre surcos: una correcta distribución espacial de las plantas trae aparejado un mayor aprovechamiento de los recursos y un plus de rendimiento superior, aunque esta última variable no siempre es segura. Es que un rinde mayor se obtiene únicamente si el distanciamiento o acercamiento tiene como consecuencia un efecto positivo en la intercepción de la radiación previo al período crítico del cultivo.

La tendencia de sembrar a 70 centímetros por el espaciamiento de la sembradora ha quedado prácticamente en el olvido y hoy lo más usual es sembrar a 52 centímetros. «Hay gente que tiende a sembrar con surcos más cerca, a 42 centímetros, pero las ventajas en ese caso son menos evidentes y depende de situaciones muy especiales», reflexiona el investigador, quien asegura que los beneficios de una distancia menor a 52 centímetros son «controversiales». «No queda claro que eso signifique la generación de una estructura de cultivo que te maximice las variables y el rendimiento», concluye Benech.