La provincia de Entre Ríos, por ejemplo, posee una vasta red hidrográfica en todo su espacio territorial. La combinación de clima y relieve que tiene la provincia, sumado a las características naturales de baja capacidad de infiltración de sus suelos y la topografía ondulada, predisponen a que más del 50% de la superficie esté expuesta a procesos de degradación por erosión hídrica: sobre todo cuando se insiste en el monocultivo de soja.
Por esto, desde hace 50 años funcionan las parcelas de escorrentías. Se trata de un dispositivo diseñado para medir cuál es la relación entre la intensificación de las secuencias de cultivos, la estructura del suelo y las pérdidas de agua y de suelo por escurrimiento.
“En las últimas décadas, los cambios en el uso de los suelos y la simplificación de las secuencias de cultivos en la región condicionaron su capacidad reguladora. Además, los procesos de degradación del suelo amenazan la calidad de las aguas debido a las pérdidas de suelo por erosión y al arrastre de agroquímicos”, expresó Carolina Sasal.
La investigadora es especialista en gestión ambiental del INTA Paraná y sostiene que estos procesos tienen un efecto directo sobre la rentabilidad de los establecimientos agropecuarios y la calidad del ambiente.
Preocupados por el ambiente
“En los últimos años, vimos una creciente preocupación en torno a la actividad agrícola y sus impactos ambientales”, dice la referente. En este contexto, los estudios sobre las pérdidas de agua, nutrientes y agroquímicos hacia otros sistemas, como cursos de agua superficial, napas freáticas y embalses, son crecientes.
“Si bien el uso de insumos en la agricultura se orienta a mejorar la productividad de los cultivos -explica- su transporte hacia otros compartimentos ambientales puede generar efectos no deseados”. Entre ellos eutrofización, pérdida de biodiversidad en ecosistemas acuáticos y contaminación de aguas superficiales y subterráneas.
“Por esto, el análisis de los efectos de las rotaciones de cultivos sobre la dinámica del agua, nutrientes y agroquímicos y su posible impacto sobre ambientes circundantes son en la actualidad de suma relevancia”, destacó la especialista del INTA.
Monocultivo de soja
Los estudios de largo plazo en las parcelas de escorrentía proveen información extrapolable a escala de lote. Estos resultados aportan datos y estrategias de manejo para complementar e integrar con mediciones y monitoreos a escala de cuenca.
“El monocultivo de soja pierde aproximadamente 50% más de agua por escurrimiento al año, en comparación con la rotación maíz-trigo/soja”, ejemplificó Sasal. En tanto que añadió:“Independientemente de las posibilidades de captación de agua que tiene el cultivo, su continuidad imprime características físicas al suelo que favorecen el escurrimiento”.
Particularmente, la limitada exploración de raíces en el perfil de suelo y el bajo aporte de residuos sobre la superficie determina la formación de estructuras de suelo desfavorables para la infiltración de agua.
En este sentido, el volumen escurrido de agua condiciona las cantidades perdidas de nitrógeno y de fósforo, es decir, que los mayores volúmenes de escurrimiento generan mayores pérdidas de estos nutrientes. En consecuencia, “si bien el monocultivo de soja no se fertiliza con nitrógeno, puede perder anualmente 50% más nitrógeno por escurrimiento que una rotación con gramíneas”, advirtió Sasal.
Recomendaciones progresivas
La organización de la estructura del suelo y su dinámica hacen muy compleja la estimación del ingreso de agua. Por ello, gracias a las parcelas de escorrentías se pudo determinar una relación entre la evolución estructural y su efecto sobre el escurrimiento y la infiltración.
“Se recomienda el uso de secuencias más intensificadas, con dobles cultivos o cultivos de cobertura que mantienen el suelo ocupado la mayor parte del año, con actividad de raíces, similar al tiempo que ocuparía una pastura”, puntualizó Sasal.
La investigadora ponderó el rol de las gramíneas invernales en los lotes. Esto es debido a sus sistemas radicales en cabellera que favorecen la interrupción de capas densas y la formación de estructura granular superficial.
“La adopción de secuencias de cultivos que reduzcan las pérdidas de agua por escurrimiento mejora la eficiencia del sistema de producción y favorece el cuidado del ambiente”, concluyó. (fuente El ABC Rural)