La integración de tecnologías, potenciada por la compatibilidad biológica, viene demostrando una performance de alto rendimiento a campo y en la red de ensayos que lleva adelante Rizobacter, la compañía argentina de microbiología agrícola, que propone una alternativa innovadora para esta campaña.
Se estima que el 90% de la soja que se cultiva en la Argentina usa como fertilizante un inoculante biológico para el aporte de nitrógeno, lo que prueba la alta adopción de una práctica que brinda ventajas en términos productivos, económicos y ambientales. La novedad que propone Rizobacter para esta campaña, es que se podrá optar por un tratamiento totalmente biológico para la semilla de soja, con la incorporación de un biofungicida que controla los hongos patógenos que afectan la emergencia del cultivo.
A nivel mundial, el 23 % de la soja se trata con uno de los inoculantes que desarrolla la compañía argentina. “Logramos una sinergia de trabajo muy positiva con productores de 48 países. Esto nos permite responder a sus demandas y desarrollar tecnologías de inoculación que resultaron estratégicas para la definición de los rindes”, remarca Matías Gorski, gerente Global de Biológicos de Rizobacter.
Con el respaldo de su producto insignia, la compañía ahora amplía su propuesta biológica para las semillas, atendiendo una necesidad productiva que se refleja en un mercado global de productos biológicos, que crece a una tasa anual del 14 .
Rizoderma es el curasemilla biofungicida que la empresa desarrolló junto al Inta y que acompañará en esta campaña de soja a la línea de inoculantes. “Se trata de una propuesta para la pre siembra que crea las condiciones para el desarrollo de la soja en un entorno natural de nutrición y protección, con el que se logran incrementar en forma sostenida los rindes y mejorar las condiciones productivas del suelo”, señala Gorski.
Rindes, beneficios ambientales y económicos
La fertilización biológica es la gran aliada de un paradigma productivo que está llamado a sumar sustentabilidad en las prácticas. Estas biotecnologías activan en las plantas de soja un proceso natural que provee de forma efectiva el nitrógeno necesario para formar la gran cantidad de proteínas que se fijan en el grano.
La inoculación evita un alto costo económico para el productor y un impacto negativo para el ambiente en contraposición a los fertilizantes químicos nitrogenados, que demandan un consumo de combustibles fósiles, una alta emisión de dióxido de carbono a la atmósfera e incidencia en el equilibrio de los ecosistemas.
La aplicación del inoculante por hectárea, tiene un valor de USD 4 mientras que la urea, el fertilizante nitrogenado que se produce industrialmente, cuesta alrededor de USD 150-200 por hectárea. “Esto demuestra un retorno de la inversión que supera el 50 %, sumado a que es posible fortalecer la condición nutricional del cultivo con rindes mayores al 5 % en promedio”, destacó Fermín Mazzini, responsable de Inoculantes de Rizobacter en Argentina.
Tecnologías para una efectiva inoculación
Hay una clave para garantizar un buen nivel de fijación de nitrógeno y es la competitividad de las bacterias que se asocian a la raíz de la planta huésped. Es relevante tanto la selección de las bacterias adecuadas como la calidad que se sostiene en el proceso de elaboración de un inoculante.
Con el desarrollo de la tecnología osmoprotectora, la compañía logró fortalecer a las bacterias y promover su más alto rendimiento metabólico y fisiológico.
La temperatura ambiental y del suelo, y la deficiencia hídrica también son condicionantes para la supervivencia y el buen desempeño de las bacterias. Para atender estas necesidades productivas, se desarrolló un inoculante resistente a sequías y a altas temperaturas, que garantizan la efectividad de los tratamientos de semillas en condiciones adversas, y una mejora en los rindes aún en zonas con limitantes.
La tecnología de inoculación denominada bioinducción, se posiciona como la más innovadora ya que es capaz de generar señales moleculares para activar procesos metabólicos en bacterias y plantas. Este comportamiento permite obtener una nodulación más temprana y eficiente, que maximiza la capacidad de fijar el nitrógeno y promueve la captación de nutrientes para un mayor crecimiento de las leguminosas.
La compatibilidad biológica, un valor agregado
La integración de los inoculantes con el biofungicida se presenta como una de los tratamientos más innovadores de esta campaña de soja, respaldada por más de siete años de trabajos a campo y una múltiple red de ensayos, que prueban un desempeño igual y hasta superior que las duplas donde está presente un producto de formulación química. La alta compatibilidad de las bacterias del inoculante con la cepa del hongo que integra la formulación del curasemilla, se muestra como un valor agregado para este tratamiento.
Rizoderma es una curasemilla totalmente biológico, basado en el hongo Trichoderma harzianum que controla patógenos de semilla y hongos de suelo. Desde su lanzamiento, su formulación ha sido mejorada y probada en ensayos que demuestran que el agregado de esta biotecnología le aporta al cultivo un incremento de rinde superior al 3 % y, en determinadas regiones, ese aumento supera los 800 kg de grano.
Una ventaja que presenta su formulación biológica, es que combina un triple modo de acción que inhibe la posibilidad de generar resistencias en los patógenos al bloquear naturalmente las posibilidades de reproducción y el desarrollo de las enfermedades más importantes que afectan al cultivo (Cercospora kikuchii, Phomopsis, Fusarium spp.) Esta ventaja se vuelve estratégica para productores y asesores, ya que les permite llegar a la primera aplicación de fungicidas foliares con un nivel más bajo de enfermedades y, por ende, aumentar la eficiencia de la aplicación. (fuente AgroClave)